“Desenamorarme de mí misma ha sido la tarea
más importante y determinante para crecer. Será por eso que las parejas sólo
crecen cuando trascienden el estado de enamoramiento y caminan hacia el proceso
de construir el amor. Siendo así, esto es precisamente con lo que me he ido
encontrando: darme cuenta que para crecer tengo que construirme a mí misma”.
( Cati Preciado)
Mi vacío
Andaba esquivando,
rehuyendo, rellenándome esa sensación hueca y fría.
Traté de no darle
espacio conteniendo mis tripas y músculos.
Negaba lo ya oído un
tiempo atrás, mientras me sumergía en viejos patrones.
Ir de acá para allá,
trabajar y trabajar.
Agarrar y agarrar.
AGARRARME
A personas, al día tras
día. Entrar y salir, salir y, no soltar.
MI cuerpo un día me
habló, alzó su voz expresando señal y señal.
Necesito parar.
(…)
PARÉ
(…)
Hace poco comprendí, lo
terapéutico que es el silencio, vacío. Vacío de ruidos, atropellos de ideas, de
prisas, miedos, planes y replanes, proyectos.
Hace poco comprendí, la salud que
me trae la quietud acompañada de un moverme despacio, vacío. Vacío de acciones,
y quehaceres.
Hace poco, al darme cuenta de mi
carencia, comprendí para qué me pongo tantas plumas, no vacío. No vaciarme de
mis miedos y temores. Temores a la soledad, al silencio y a la quietud que
tantas veces me ha traído la noche, el invierno, el reposo. Y el poso.
Hace poco me di cuenta de la
perdida de mi confianza básica, comprendí entonces como me llenaba y llenaba de
mis pasiones e instintos. Recogí entonces mis carencias y algo en mí se abrió
paso. Un vacío si, un vacío si bien nada que ver con esa sensación fría y
hueca; nada que ver con esa reacción que en mí provocaba, tensionarme y
contenerme. Un espacio templado, observador y amable. Amable para conmigo.
Comenzando a atender a mis
sensaciones corporales, difícilmente las acojo amablemente. Me pica y me
incomoda. Ese espacio templado, observador y amable, vacío, me traslada a estar
con lo que hay, sin forzar ni cambiar nada. Vacío que me calma, mi picor e
incomodidad.
Observo el afuera. Veo el
arcoíris, los pequeños copos de nieve. Veo hermosura, me emociono y siento
alegría. Disfruto ni más ni menos de no tener que hacer, sólo ser testigo. Me
hago consciente de mi soledad. Me acerco con mi miedo. Calma y quietud.
Comprendo con mi mente y con mi
cuerpo mi enorme carencia. No haberme sentido amada y aceptada, sólo por ser. Y
en ese espacio templado, observador y amable, vacío, recojo mi vacío. Frío.
Acojo mi dolor, mi envidia, mi necesidad de esforzarme en gustarles. Me acojo,
al darme cuenta que repito este movimiento hueco de ser comprensiva, generosa,
dar y dar. Y volver a dar. Me Acojo y reconforto al sentir lo aprendido.
Intenté darlo todo y me perdí a mí.
Hoy reconozco mi carencia, mi
sentirme humillada y pavonearme. Amablemente me responsabilizo de como manipulo
y he manipulado desde lo emocional, sintiendo necesitar más y jugando el juego
de no ser capaz. Un autorrecuerdo que me sirve para no perderme, para ver el
miedo de esa niña de entonces, mujer ahora. Mujer con miedo a ese vacío frío,
hueco. Terror a la soledad, al no ser gustada ni reconocida. Me doy cuenta que
hoy no lo respiro igual, ayer quizás. Tal vez mañana. Y en ese espacio
templado, observador y amable, vacío, acojo mi vacío, ya no tan frío, ya no tan
hueco.